viernes, 15 de enero de 2016

EN LA CASA DE CLAUDIA GUZMÁN

Buenas tardes. Como esperamos que sea una costumbre semanal, hoy nos encontramos en una de las propiedades de la muy ilustre baronesa Claudia Guzmán, cómo no, en Benavente. 
La casa no desmerece el título, desde luego.
Sus dimensiones y su elegancia están acorde con su dueña, pero sus estancias nos reciben con cierto deje de nostalgia, a pesar de parecer acogedoras.
Aquellas paredes pintadas hablan de cierto grado de soledad que también leemos en los cálidos ojos castaños de la baronesa. Ella nos recibe comedida en cada uno de sus gestos y nos invita a sentarnos en la pequeña salita habilitada para las visitas. Utiliza el protocolo más estricto con naturalidad, haciendo que parezca más flexible.
Es hermosa. Y muy joven. Pero su gesto contiene la sabiduría de aquel que ha sufrido demasiado en una vida muy larga que, desde luego, no es la suya.


-Proceda -nos dice con elegancia innata.
-Es usted baronesa. Un título que, a pesar de lo que pueda parecer por la generalidad, suscita entre sus vecinos admiración e incluso veneración. ¿Por qué?
-No lo sé. Supongo que la noble cuna no tiene por qué estar reñida con la nobleza, sin más. Desde niña me enseñaron que mi posición era un privilegio, y que como tal no debía aprovecharme de él en mi beneficio, sino en el de los demás.
-Entonces heredó su título por nacimiento...
-Por matrimonio acordado con un barón que no tenía descendencia.
-Y que ha sabido gestionar excepcionalmente bien. ¿Su relación con Santiago Canales y Rafael Mejía es un ejemplo de esa generosidad de la que hace gala?
En ese punto, la baronesa parece incomodarse. Carraspea, pero no pierde las formas. Está más que decidida a respondernos.
-Mi relación con ellos comenzó de forma puramente casual, pero ellos me demostraron su valía con las finanzas. A partir de ahí, son dos hombres completamente diferentes, y como tales los he tratado.
-Eso hemos oído. ¿Es cierto que Mejía y usted fueron amantes?
-Me voy a reservar el derecho a no responder a esa pregunta.
-Cambiémosla, pues. ¿Debemos deducir por las habladurías, que usted sufre de una gran soledad pese a que posee todo lo que una mujer puede tener, y que por eso fue tan vulnerable a los supuestos encantos de un cacique como Mejía?
-Los encantos de Rafael no son supuestos, sino bien reales. Pero no me corresponde a mí hablar de ellos. Solo diré que a veces el hábito no hace al monje. Nunca hay que fiarse de las apariencias, porque detrás de una fachada de dureza puede encontrarse el mejor de los corazones. Todos tenemos rezones para comportarnos como lo hacemos en un momento dado, y todos somos capaces de hacérselas entender al resto del mundo.
-¿Qué hay de las suyas? 
-Mi relación con Rafael no fue lo suficientemente apasionada para él. Es un hombre al que le gustan los riesgos y que odia las ataduras. Supongo que yo representaba precisamente lo contrario. El resto, quedará en nuestra intimidad. Si algo sé con seguridad, es que Rafael es la discreción personificada cuando de mujeres se trata.
-Dicen por ahí que lleva una gran tristeza consigo por no haber conseguido tener descendencia...
-Los hijos son una bendición de Dios, pero además son el mejor regalo que la vida puede darte si los tienes con la persona deseada.
-¿Quiere eso decir que aún no ha encontrado al hombre ideal? ¿Ni siquiera después de comprobar que Mejía no está interesado en usted pero que hay otro caballero al que tiene completamente enamorado?
Ella se ríe. En realidad, disimula su nerviosismo.
-No creo ser mujer que levante ese tipo de pasiones, pero sí sé ver más allá de un simple gesto. Soy consciente tanto de lo primero que acaban de decirme, como de lo segundo, no lo duden.
-Conozcámosla en otras facetas. ¿Cuál es su color favorito?
-El azul. Me inspira calma hasta en los peores momentos de mi vida.
-¿Una comida o bebida especial?
-El chocolate caliente.
-Su mayor virtud y su peor defecto.
-Ambas cosas se pueden resumir en una palabra. Resignación.
-Ahora, ¿qué virtud consideraría imprescindible en otro ser humano?
-La honestidad. Sin ella, todo lo demás está sobrevalorado. Incluidos los títulos nobiliarios.
-Una última cosa, baronesa. Sabemos que su participación en la historia de Rafael y Valentina puede parecer pobre a simple vista, pero que no lo es en absoluto.
-Para nada. Como les dije antes, hay que escarbar un poco en el alma humana para encontrarse con lo mejor y lo peor de cada uno. Yo solo soy una mujer enamorada, para mi desgracia, del hombre equivocado. Esa emoción me cegó, lo reconozco, pero no hasta el punto de no reconocerla en Valentina. En ese punto, tuve dos opciones: utilizar todas mis armas para pelear, o hacerme a un lado y ayudar. Y para saberlo, tendrán que indagar entre sus páginas...
-¿De todos los lugares que aparecen en CASUALMENTE VALENTINA, cuál es su favorito?
-Sin lugar a dudas, el Castillo de los Condes-Duques. Ya no solo por su grandeza o por la historia que encierra, sino porque, a pesar de estar en ruinas por determinados hechos históricos, sus murallas forman parte de mi historia personal.
-¿Y cómo es eso?
Ella se sonroja. Es una mujer celosa de su intimidad, pero en ese momento parece dispuesta a hacernos una pequeña confesión, aunque sea a medias.
-Un beso -confiesa-. Un roce de labios que puede hablar más y mejor que cualquiera de los discursos. Que puede derribar barreras con más fuerza que un cañón, y quitar vendas de los ojos cuando todo parece indicar que estaremos por siempre ciegos.
-Solo una cosa más... Si tuviera que destacar algún momento de su intervención en CASUALMENTE VALENTINA, ¿cuál sería?
-Más de uno, sin lugar a dudas. Pero elegiré este, por su brevedad y contundencia. y porque a partir de ese momento, mi percepción de la historia cambió. No les voy a decir en qué sentido, por supuesto...

"―Rafael necesita ser tratado con mucho tacto y suavidad, aunque no lo parezca ―le susurró la baronesa disimuladamente al oído―. ¿Tú posees esas cualidades?
―N-No sé de qué me habla, señora ―logró pronunciar.
―No pretendo luchar contigo para recuperar a alguien que, en realidad, nunca fue mío ―siguió Claudia―. La resignación es un valor que todo el mundo tendría que saber adoptar llegado el caso, pero, si realmente no sientes nada por él, deberías alejarte. Podrías hacerle daño.
Por la boca abierta de Valentina hubiera pasado una diligencia al completo. ¿Se referían al mismo Rafael? ¿El hombre que se creía el centro del Universo? ¿El patrón poderoso a quien todo el mundo debía favores, y que dispensaba prebendas a quien consideraba oportuno? ¿El que paseaba su atractivo delante de cuanta mujer quisiera alabarlo, para luego menospreciarlas con su habitual soberbia?
Sí, eso parecía".

No nos atrevemos a indagar más. Nos despedimos de ella dejándola con un brillo pícaro en los ojos. Como si nuestra visita le haya alegrado el día, y sus crípticas palabras encerraran un significado que solo ella conoce.

Pues bien, baronesa, esperamos que consiga su tan merecida felicidad, que conozca al hombre que se la proporcione y que pueda amar y ser amada en la misma medida. Nosotros, por nuestra parte, nos despedimos hasta la semana que viene, cuando visitaremos a otro de los personajes de CASUALMENTE VALENTINA.
Tengan ustedes un feliz fin de semana.






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